Todas las razas y estirpes de gallos de pelea en América llevan consigo, definitivamente, un pequeño pero valioso porcentaje de sangre oriental. Por eso vemos americanos o portorriqueños con cabeza circular, cresta de nuez o triple, pluma pegada y no tan larga.
La república de Chile, durante la guerra del salitre con Bolivia y Perú (fines del siglo XIX), recibió la ayuda económica y militar de Inglaterra y, de paso, llegaron muchos ejemplares ingleses en los barcos militares y comerciales británicos. Esos gallos se cruzaron con los criollos chilenos de tipo Shamo y surgió un ave más rápida, heridora al cuerpo y con el poder y maña del oriental. Criadores chilenos de la talla de don Carlos Fabres (Q.E.P.D) o don Ricardo Chereau lograron gallos extraordinarios, producto del cruce de orientales con ingleses, americanos y cubanos.